miércoles, 17 de julio de 2013

La lluvia.

Era tarde y aún esperaba el sonido de las llaves en la puerta anunciando su llegada. La cena se había enfriado, la música ya no sonaba, el despertador descontaba minutos de sueño necesitado para sonar furioso como todas las mañanas. Pero aún así la esperaba. Recordaba con los ojos vidriosos aquel primer encuentro, aquel abrazo que iba a durar para siempre y como sintió un rayo partiendo el cielo de su eterna tormenta anunciando que tanta lluvia ya no iba a caer sola. Había llovido mucho desde entonces, pero en cada tormenta había estado ahí para ella. Paradójicamente afuera llovía, y eso la ponía más triste. Apagó la luz del cuarto, pero sus oídos estaban alerta a la llegada de los risos de fuego. Hacía pocos meses el silencio lo había invadido todo. Las charlas ya no eran las mismas, los tiempos no eran tan largos, las risas no eran espontáneas. Poco a poco empezaron los pequeños secretos, las escapadas, las mentiras y los celos. Pero ella la amaba. Iba a volver, estaba segura. Hacía poco una noticia gris tras otra le había apagado su sonrisa. Y esperó que la chica de fuego cayera con sus rayos a sacudir su cielo de nuevo. Pero había tapado con música los sollozos de las noches, y caminado delante del aplomo que la manteía en la silla. Tal vez estaba ocupada, o tenía otras cosas en su cabeza loca. Todo iba a estar bien. Se acordó cuando solo quería dormirse en un sueño profundo y ella la había despertado a la realidad con paciencia y con dulzura. No podía desaparecer todo eso, no. Tenía que estar ahí, escondido detrás de una factura sin pagar, un enchufe roto, un documento perdido. Pero pasaban las páginas y las horas y las hojas del árbol de la vereda y nada parecía volver. Al contrario, se iba, se iba y no llegaba. El pasado parecía un sueño ahora, un sueño lejano, de esos que ya se escurrieron por el atrapasueños y quedaron pendiendo de alguna pluma empolvada. La ausencia era fría, por esa soledad fea que uno siente aún cuando está en compañía. Miró el reloj, se había dormido y a su derecha la almohada estaba intacta. Sintió como el amanecer escurría entre sus dedos lo que quedaba y se levantó a recibir ese amanecer sabiendo que se escapa la vida. Ella lo notaba?. Decidió no pensar. En el celular había un mensaje: Vuelvo mañana, ya es tarde. Claro que lo era, pensó, y tanto afuera como adentro la lluvia había parado.

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