jueves, 20 de marzo de 2014

Incertidumbres con café.

“Soy un tipo con poesía” me dijo, y me dejó en la nada. Y hacía tan poco me habían mentido en la cara, desnuda completamente y sin almohadones para amortiguarlo. Cuando se juntan dos poetas las metáforas lo invaden todo y se habla más claro que nunca, porque entre líneas nos entendemos. Quedó esperando, y yo mirando. Y el silencio gritaba más, pero yo no me animaba, y él, él creo que tampoco. El miedo en el aire recorría la sala y erizaba la piel mucho más que el inicio del otoño, porque el miedo es sabio, porque anuncia algo desconocido, algo grande, algo que no se puede controlar. Y qué cosa difícil perder el control. Y de repente miramos, el café se había enfriado, las velas consumidas, las estrellas en plena noche y nosotros en pleno caos. El miedo ya no era nada, porque cuando abrimos los ojos era tarde para pensarlo, porque cuando se siente uno se encuentra, y cuando te encuentran ya no te sentís olvidado. Y qué íbamos a hacer con todo eso en la cabeza? Ninguno sabía. Entonces nos fuimos, nos callamos. Dejé caer los versos en la almohada, y el caos, y su existencia; y tal vez con un café en la mañana las incertidumbres se fueran y dejaran espacio para la nada.

jueves, 3 de octubre de 2013

Café.

Y allí estaba, mirando la gente pasar caminando a través de la ventana empañada. De chica solía hacer lo mismo, cada día de lluvia se paraba de puntitas de pie en su ventana, mirando la lluvia caer sobre la calle de tierra y soñaba. Soñaba que esa calle de tierra era un país desconocido, una ciudad lejana a kilómetros de allí. Se imaginaba miles de historias acompañando a esa gente que caminaba y olía a café after office. Aquella niña del interior quería ser muchas cosas, quería viajar, quería estudiar, quería llenarse de aromas y sabores desconocidos pero sobre todo quería algún día sentarse en un café, de alguna capital del mundo. Sentarse con un libro, luego de un día de estudio o trabajo, pedir un cappuccino, mirar por la ventana y disfrutar de estar enamorada de la vida.
- Estás distraída, le dijo él con sus ojos avellanas intentando leer sus pensamientos.
- Estaba recordando, nada más, le respondió ella volviendo a la realidad.
Y allí estaba, mirando la gente pasar caminando a través de la ventana empañada, tomando un cappuccino con canela, con aroma a libro nuevo en sus manos, enamorada de su vida, y acompañada por él y su sonrisa de ensueño que le recordaba a esa niña que su imaginación inocente ahora era pura realidad. 

domingo, 21 de julio de 2013

La carta

Releyó la carta por tercera vez. Era corta sí, pero nunca había declarado tanto en tan pocas palabras. Se le daba bien lo de escribir, era más fácil ordenar los pensamientos en frases, adornarlos con palabras, materializar en papel todo lo que había adentro. La leyó una vez más y tembló. Era el miedo de nuevo. Y si él no sentía lo mismo? Y si la historia se repetía?. Él le había hecho prometer que no le iba a regalar nada para su cumpleaños, pero ya era tarde. La carta estaba escrita. Y allí, adornado con palabras y trozos de libros olvidados ella le regalaba muchas cosas. Dentro de ese sobre iba su sinceridad, su sentimentalismo escondido, la cursilería que había evitado tanto usar. Allí, escrito en ese papel, le daba su corazón envuelto en papel de regalo. Un corazón roto si, lleno de angustias y temores, pero un alma al fin. Un alma no tan pura pero buena y llena de cariño. Qué estaba pensando? Aún no le había dicho que lo amaba, no en voz alta al menos. No podía mostrarse tanto. Pero la carta estaba escrita. La leyó una vez más: no, era demasiado. Seguramente él, que en ese momento estaba a kilómetros, se asustara de ver a la fría de siempre convertirse en una poeta. La rompió y la tiró. Compraría una caja de bombones, aunque en secreto, ya se había regalado entera.
Montevideo, 17 de Junio

Cariño,
                Una vez leí por ahí algo como: “Durante toda mi vida he entendido el amor como una especie de esclavitud consentida. Pero esto no es así: la libertad sólo existe cuando existe el amor. Quien se entrega totalmente, quien se siente libre, ama al máximo.
Y quien ama al máximo, se siente libre. Nadie pierde a nadie porque nadie posee a nadie. Y ésta es la verdadera experiencia de la libertad: Tener lo más importante del mundo sin poseerlo." Y así me siento cuando estoy contigo, sin ataduras, eligiéndote cada día, diciendo que no para decirte que si a vos, porque te quiero, porque me quiero cuando estoy a tu lado, porque me enamoro de mí, de vos, de nosotros y esa felicidad me llena, me da fuerzas, me libera. Creo en vos, en tu persona, creo en esto que no tiene nombre pero tiene vida, creo en el hoy y si hay mañana es porque creemos en eso.
                               Tuya,

                                               Tu compañera.

miércoles, 17 de julio de 2013

La lluvia.

Era tarde y aún esperaba el sonido de las llaves en la puerta anunciando su llegada. La cena se había enfriado, la música ya no sonaba, el despertador descontaba minutos de sueño necesitado para sonar furioso como todas las mañanas. Pero aún así la esperaba. Recordaba con los ojos vidriosos aquel primer encuentro, aquel abrazo que iba a durar para siempre y como sintió un rayo partiendo el cielo de su eterna tormenta anunciando que tanta lluvia ya no iba a caer sola. Había llovido mucho desde entonces, pero en cada tormenta había estado ahí para ella. Paradójicamente afuera llovía, y eso la ponía más triste. Apagó la luz del cuarto, pero sus oídos estaban alerta a la llegada de los risos de fuego. Hacía pocos meses el silencio lo había invadido todo. Las charlas ya no eran las mismas, los tiempos no eran tan largos, las risas no eran espontáneas. Poco a poco empezaron los pequeños secretos, las escapadas, las mentiras y los celos. Pero ella la amaba. Iba a volver, estaba segura. Hacía poco una noticia gris tras otra le había apagado su sonrisa. Y esperó que la chica de fuego cayera con sus rayos a sacudir su cielo de nuevo. Pero había tapado con música los sollozos de las noches, y caminado delante del aplomo que la manteía en la silla. Tal vez estaba ocupada, o tenía otras cosas en su cabeza loca. Todo iba a estar bien. Se acordó cuando solo quería dormirse en un sueño profundo y ella la había despertado a la realidad con paciencia y con dulzura. No podía desaparecer todo eso, no. Tenía que estar ahí, escondido detrás de una factura sin pagar, un enchufe roto, un documento perdido. Pero pasaban las páginas y las horas y las hojas del árbol de la vereda y nada parecía volver. Al contrario, se iba, se iba y no llegaba. El pasado parecía un sueño ahora, un sueño lejano, de esos que ya se escurrieron por el atrapasueños y quedaron pendiendo de alguna pluma empolvada. La ausencia era fría, por esa soledad fea que uno siente aún cuando está en compañía. Miró el reloj, se había dormido y a su derecha la almohada estaba intacta. Sintió como el amanecer escurría entre sus dedos lo que quedaba y se levantó a recibir ese amanecer sabiendo que se escapa la vida. Ella lo notaba?. Decidió no pensar. En el celular había un mensaje: Vuelvo mañana, ya es tarde. Claro que lo era, pensó, y tanto afuera como adentro la lluvia había parado.

lunes, 24 de junio de 2013

Perigeo

La luna llena descansaba en el horizonte queriendo asomarse como cada noche, implacable, estática, junto con tantas otras cosas que asoman cuando el sol se esconde. Mi cabeza hecha un caos miraba por la ventana en silencio mientras esperaba ese mensaje. La veda emocional auto impuesta estaba a punto de ser violada, aunque en ese momento era impredecible. La calle estaba fría, la niebla de San Juan cubría mis ojos y andar hacia adelante era un reflejo bien aprendido años atrás. “Qué te pasa?” preguntó. Me pasa todo lo que no te digo. Soy todo lo que te callo. Soy todo lo que no querés oír. Y el corazón se achico otro poco. “Nada” disfracé. Siempre resultó más fácil. Ella miraba, contemplándolo todo, mirándome como si entendiera, como si quisiera que explotara de una vez tanto material inflamable dentro de mí. Me miraba como madre, enojada, pinchando en los recuerdos, escarbando en mi memoria, tan fresca como siempre. Bajé la mirada. La luna era el espejo, y no me atrevía a mirarme a mi misma, tenía miedo de con quién encontrarme. Tenía miedo de saber quien soy, y saber que concepto tenía de mi misma, pero por sobre todo, terror a saber que ambas cosas no coincidían entre sí. Fue fácil mostrar solo un costado, el lindo, el dócil, sin marcas ni borrones ni cicatrices. Pero yo sabía que el otro lado existía. Y la luna también. Pero él no. Él no quería compartir esa carga. Él no quería transformarnos en espejos. Entonces la veda seguía, esperando el voto, anhelando un sí para terminar con todo. Sonó el teléfono, ajusté mi abrigo, y sentí la mirada clavada en la espalda. Me pregunté cómo sería sentirse infinita. Y como las hojas otoñales que me rodeaban guardé todo para caer y dejar que el viento me llevara.

lunes, 20 de mayo de 2013

17


Cerré la valija a empujones, porque como siempre a la vuelta no cierra. Sólo que esta vez no era ropa de más, o cuadernos lo que estaba sobrando sino emociones. Era imposible encerrar tanto sentimiento. A veces cuando uno se va sabe que a la vuelta ya nada va a ser lo mismo. Y éste era uno de esos casos. El viaje había sido imprevisto, a las apuradas, luego de que sonara el teléfono con ese mensaje que ninguno quería escuchar pero que sabía antes de atender cuál era. El réquiem tocaba hacerlo sobre ruedas, luego de un duelo mentiroso y a las apuradas, y con la compañía de un café amargo, no tan amargo como uno mismo. Llovía, para completar la escena, afuera, adentro, en todos lados y el miedo de no saber para dónde agarrar era terrible. “Hoy es 17 –había dicho alguien dos días atrás- la desgracia.” Y nunca una cábala numérica le había pegado tanto. No quedaba otra que partir, acá no había más que silencio y tal vez por allá, a cuatrocientos kilómetros, el ruido de los autos callara otros tantos que había por dentro. Miré por la ventanilla del ómnibus, el viaje iba a ser largo. No éste, sino el de despedida.

domingo, 24 de marzo de 2013

Atardecer


Estaba sola en la playa, en uno de esos días filosóficos en que nada se convierte en todo, y todo junto en realidad no significa nada. Los auriculares explotaban con alguna melodía que me recordaba al pasado, algún amor perdido, sentimientos olvidados. Es difícil creer cuando ya nadie siente, y sentía la arena bajo mis pies tibia, escurriéndose entre mis dedos como tantas otras cosas. Me entristece pensar que cada vez que me encuentro me pierdo, cuando llego a algo seguro me vuelvo a cuestionar. La vida será esa eterna búsqueda? Me senté en una roca fría junto al mar y miré hacia esa nada eterna que es el océano. No puedo escaparme a tantas cosas, soy una construcción de lo que he vivido, y algo más. Algo que cambia constantemente, que me hace creer una cosa y al segundo se disipa, se dispara, se me pierde y me quedo vacía y llena de nuevo. No puedo explicarme, ni siquiera a mí misma, mi propia naturaleza. El tiempo es tan relativo, que mi vida ya no se mide en minutos, sino en instantes. Instantes que todo lo cambian, y me dan vuelta la cabeza. El sol se pone, y admiro su grandeza, su fuerza, su energía y su rutina. Que desde mi punto de vista minúsculo es una luz que va y viene en un eterno ciclo. Pero que para él es una guerra de llamas constante. Qué paradoja. Tal vez el me entienda. Majestuosamente desaparece en el horizonte y me quedo con sus despojos de luz, que acompañan hermosamente mi canción favorita cantándome al oído. Otro día termina, o empieza, quién lo mide después de todo. Y mi alma revuelta se llena de esa energía para seguir adelante, cargando con mi cruz, descubriendo quién voy a ser mañana.