Y qué queda después? Después de los vasos rotos, de las
risas y los excesos? Cuando el mundo gira sobre la cama y me despierto en la
mañana con ganas de no despertar?. Esa misma sensación que me produce mirar el
mar me invade, con gusto salado a inmensa soledad. Y el dejo de amargura que no
quitan los limones se alimenta de besos regalados y sueños truncados por miedo
a llorar. Intento abrir los ojos y siento el pasado que corre pisándome los
talones a cada segundo que se consume, el sonido del reloj contando minutos
despilfarrados en una epifanía sin sentido que el corazón se empeña en no
abandonar. Un alma sabia por demás para dejarse engañar con ilusiones
pasajeras, vidrios rotos, llantos disfrazados. Los audífonos gritando para no
escucharme a mí misma, peleando como siempre, reclamándome cariño. Y esa idiota
postura a la defensiva de pensar como cactus porque sale más barato termina
oxidando en llanto lo que queda de mi ser. Alguien se asoma por la puerta y pregunta, “como
estas?”. La frase hace eco en mi cabeza y rebota con las miles respuestas, cada
una exponiendo las mil razones para odiarme por la mañana. Estoy, pero no soy y
padezco esta libertad obligatoria como una prisión condicional que me impone la
melancolía. Ya no quiero enfrentarme al espejo, que no solo muestra un vago
reflejo de lo que soy sino que también me muestra tal cual estoy: sola. Resumo
todo en un “ya me levanto” y ato las penas junto a mi pelo en una colita.
Comienza el domingo de resaca emocional.
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