Cerré la valija a empujones, porque como siempre a la vuelta
no cierra. Sólo que esta vez no era ropa de más, o cuadernos lo que estaba
sobrando sino emociones. Era imposible encerrar tanto sentimiento. A veces
cuando uno se va sabe que a la vuelta ya nada va a ser lo mismo. Y éste era uno
de esos casos. El viaje había sido imprevisto, a las apuradas, luego de que
sonara el teléfono con ese mensaje que ninguno quería escuchar pero que sabía
antes de atender cuál era. El réquiem tocaba hacerlo sobre ruedas, luego de un
duelo mentiroso y a las apuradas, y con la compañía de un café amargo, no tan
amargo como uno mismo. Llovía, para completar la escena, afuera, adentro, en
todos lados y el miedo de no saber para dónde agarrar era terrible. “Hoy es 17
–había dicho alguien dos días atrás- la desgracia.” Y nunca una cábala numérica
le había pegado tanto. No quedaba otra que partir, acá no había más que
silencio y tal vez por allá, a cuatrocientos kilómetros, el ruido de los autos
callara otros tantos que había por dentro. Miré por la ventanilla del ómnibus,
el viaje iba a ser largo. No éste, sino el de despedida.
la vida tiene esas cosas.
ResponderEliminarsobre algunas no decidimos,
sobre otras...
decidimos mal.
Que pesada y odiosa esa valija, vaya uno a saber por qué motivo hay que cargarla a todos lados.
ResponderEliminar